Tras cinco meses de encierro en el centro de detención de adultos IAH Polk, en Livingston (Texas), el inmigrante Juan Manuel Fernández Ramos manifestó que su desesperación por salir de ese recinto lo hizo pensar en pedir su deportación.
De acuerdo con el testimonio del detenido, el tiempo pasa lento dentro de esa cárcel y, a veces, hasta parece que no transcurre, reseñó El País.
En una serie de videollamadas varios reclusos de la celda A1, en la que se encuentran ocho personas, entre ellas Juan Manuel, contaron cómo es su vida allí dentro. Los hombres no tienen dudas de que todo aquel que termina en el centro de Livingston es porque debe abandonar Estados Unidos.
Fernández, de 30 años de edad, aseguró que le dolería abandonar el país, pues realizó un largo viaje de 145 kilómetros en balsa desde Cuba, por el Estrecho de Florida para poder llegar. Además, estaría obligado a abandonar su casa en Tampa, sus tres años de trabajo como repartidor de la cadena Costco, incluso su relación con Jessy, su novia de hace tiempo, con quien se iba a casar cuando los oficiales del ICE lo detuvieron.
El inmigrante sobrevive en una jaula con siete compañeros
El día de su captura, fue multado por exceso de velocidad y conducir después de tomar unas cervezas, el pasado mes de febrero. Sin embargo, aseguró que sentiría alivio al abandonar el país, pues, tras sus vivencias en el centro de Livingston, el cubano aseguró que se siente como en el “infierno”.
Su desayuno consiste en un plato de leche con cereal, a veces pan o avena, a veces un arroz que les sabe a plástico. “Es incomible”, manifestó Juan.
“Esto es lo más feo que he visto en mi vida”, dijo. “Acá los gordos se ponen flacos, y los flacos no se ven”, relató el cubano.
El hombre ingresó en la prisión con un peso de 97 kilos, pero ahora pesa 84. No está seguro de que realmente consuma la dieta diaria de entre 2.400 y 2.600 calorías que, según Tricia McLaughlin, actual Subsecretaria de Asuntos Públicos del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), los nutricionistas prescriben para cada detenido de los centros del ICE.
Después del desayuno, para pasar el tiempo, algunos se sientan a dibujar, otros permanecen en la cama y miran al techo, o encienden el televisor para ver alguna película o telenovela.
Lo mismo sucede con la limpieza. A otros les da igual, pero Juan es ordenado, le gusta mantener la higiene del cuarto. El piso de cemento huele mal, y la peste que se condensa cuando les quitan la climatización, casi siempre de cinco a ocho de la noche, durante el húmedo verano de la zona.
Las horas de calor son intensas para los ocho compañeros, en un espacio de seis metros de ancho y ocho de largo. Hay días cuando prefieren estar en ropa interior.
“No es un calor normal. Estamos encerrados, no entra aire por ningún lado”, dijo Juan.
Para la hora del almuerzo, les sirven, apenas, pan con hamburguesa o salchichas, y un poco de repollo. Otras veces frijoles y tortillas. Cuando sus familiares pueden, de vez en cuando, los ayudan a comprar los insumos que les vende el centro, casi siempre botes de sopa Maruchan.
Otro de los compañeros de la celda, Alejandro, a sus 34 años, enfermó de gastritis y ha perdido mucha de su masa muscular desde su detención, unos ocho o diez kilos. El doloroso para el inmigrante, quien se dedicó a moldear un cuerpo fornido para su labor de stripper, que realizaba en el club La Bare, en Miami, o del Alma Latina, en Houston.
En marzo, Alejandro se involucró en una pelea callejera por la que terminó dos meses detenido en el condado de Harris (Texas). El día cuando su abogado y la policía le comunicaron que podía regresar a casa, el ICE se lo llevó en un camión. “No tuve tiempo ni de ver la calle”, lamentó.
Teme que, si es deportado, no verá crecer a su niño de un año y siete meses, ni a su madre, quien se deportará a sí misma a Cuba.
“El día a día acá es difícil, estresante, a veces no podemos hablar con la familia porque las llamadas son muy caras”, detalló Alejandro. Su mamá paga 25 centavos por cada minuto, mientras se apura a preguntarle cómo está, qué comió y cuándo saldrá de ahí.
Hace unos días Alejandro decidió que prefería autodeportarse. Preferiblemente a México, porque en Cuba no tiene nada.
Además, relató que el día a día, rodeado de tanta gente que llega de tantos lugares, no ha sido fácil. “La convivencia es dura. A veces discutimos, un día estamos bien, pero al otro estamos mal. Tratamos de compartir lo poco que tenemos, pero a veces nos fajamos por lo mínimo, por un calzoncillo que se nos pierde, por el televisor si está demasiado alto”.
El pasado 3 de julio tuvo su cita online con el juez que lleva su caso. “No te deja hablar, no deja ni que le expliques”. Fue entonces cuando pidió su salida voluntaria del país, pero le informaron que solo clasificaba para una deportación.
Para el 10 de julio ningún oficial se había acercado a la celda A1, a pesar de que era su turno de ir a la barbería. Habían pedido más de una vez que los llevaran a hacerse un corte de cabello, pero los oficiales no respondían. Tampoco atendían su pedido para que les cambiaran las sábanas y las colchas que usaban desde que llegaron al centro de detención.
En el caso de Juan, tiene su última cita con el juez, en la que se decidirá su salida o no del país. “Llevo días por el piso”, relató.
Desesperado por salir de ese "infierno"
Los sábados cambia un poco el ánimo, cuando hace videollamadas con su pareja. El resto del tiempo no sabe qué hacer. “Yo voy a pedir mi deportación, no aguanto aquí un día más, ya llevo casi seis meses”, afirmó. “Aquí, en Livingston, no hay quien aguante tanto tiempo, aquí te obligan a firmar la deportación”, añadió.
El pasado 7 de julio de 2025 Juan se presentó ante el juez, en una audiencia online en la que estuvo su abogado, al que pagó 15.000 dólares para que lo sacara del centro de detención. El servicio del legista le dejará una deuda difícil de pagar.
“Fueron dos horas con los jueces, pero a ellos no les gana nadie”, comentó Juan. El magistrado le informó que el asilo solicitado no era elegible, que solo podía darle una salida voluntaria del país.
“Me encabroné y le dije al juez que hiciera lo que quisiera conmigo. No quiero saber nada del país este. La noticia me deprimió, pero cuando vuelves a la celda ya sientes que es mejor irse hasta para Cuba, vaya”, dijo enfurecido.
Luego el abogado de Juan pidió cinco minutos para hablar con su cliente. Lo calmó. Le dijo que valorara la deportación voluntaria, la vía que el gobierno estadounidense vende a los migrantes para que se larguen, mientras promete una posibilidad de entrada futura al país por vías legales.
Asimismo, les ofrecen la aplicación CBP Home, con la que recibirían 1.000 dólares por regresar a casa por su cuenta.
Juan tuvo que pagar 500 dólares para salir del Centro de detención de adultos IAH Polk, y aun así no lo han enviado a casa.
Tendrá hasta el 19 de agosto para comprar un pasaje e irse de Estados Unidos.
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