Durante 77 años, el tenis masculino británico vivió bajo el peso de una maldición, el fantasma de Fred Perry, el último hombre en ganar el título individual de Wimbledon en 1936. Generación tras generación, la presión sobre cada nuevo tenista era inmensa. Pero nadie sintió ese peso tanto como Andy Murray. Su viaje, lleno de derrotas dolorosas, dudas y un inmenso sacrificio, culminó en un momento de gloria que no solo le dio un título, sino que cumplió una promesa a toda una nación. Después de perder la final de 2012, el tenista afirmó: “Todo el mundo habla sobre la presión de jugar en Wimbledon y lo duro que es, pero con el apoyo del público es mucho más fácil. El apoyo ha sido increíble, gracias”.
Un camino lleno de dolor y dudas
Desde sus inicios, Andy Murray fue visto como la gran esperanza del tenis británico. Con un talento innegable y una ética de trabajo incansable, alcanzó múltiples finales de Grand Slam. Pero una y otra vez, el drama se repetía: perdía ante los titanes de su era, Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. Sus derrotas, especialmente la final de Wimbledon de 2012 contra Federer, se vivían como una tragedia nacional, un dolor que se sumaba a casi ocho décadas de frustración. El llanto de Murray después de esa derrota se convirtió en la imagen de la angustia de un país que anhelaba una victoria.
El propio Murray ha reflexionado sobre esa época, afirmando: "las victorias se sienten mucho más especiales después de vivir las derrotas". Esa mentalidad se convirtió en su motor para seguir adelante, entendiendo que el dolor de los fracasos era parte del camino a la gloria.
La redención en la misma cancha
A pesar de la derrota, el año 2012 fue un punto de inflexión. Meses después de la final de Wimbledon, Murray regresó a la misma cancha para los Juegos Olímpicos de Londres 2012, y ganó la medalla de oro, derrotando a Federer. Esa victoria fue un inmenso alivio psicológico. Su asociación con el entrenador Ivan Lendl, una leyenda que había superado sus propias barreras mentales para ganar, también fue crucial. Lendl ayudó a Murray a canalizar su frustración en una fortaleza mental inquebrantable. Con un título de Grand Slam ya en su bolsillo (el US Open de 2012), Murray estaba listo para su última y más importante batalla.
El día que un país entero respiró
La final de Wimbledon 2013 fue un enfrentamiento contra Novak Djokovic. El ambiente en el All England Club era una mezcla de euforia y un nerviosismo paralizante. La tensión fue palpable, pero Murray, a diferencia de años anteriores, se mantuvo firme. Jugó con una calma y una determinación implacables, ganando el partido en sets corridos. El último punto fue un drama en sí mismo. Murray tuvo tres puntos de partido, pero los perdió en un tenso e interminable intercambio de golpes. En el cuarto punto, un revés de Djokovic se fue a la red. El silencio inicial de la multitud dio paso a un rugido ensordecedor de éxtasis. La victoria de Murray, con un marcador de 6-4, 7-5, 6-4, puso fin a la sequía más famosa del deporte británico.
La victoria de Andy Murray en Wimbledon 2013 fue mucho más que un logro deportivo. Fue un triunfo de la perseverancia sobre la derrota, de la resiliencia sobre la frustración. Murray se convirtió en un héroe nacional, no solo por su victoria, sino por la forma en que la logró: con trabajo duro, honestidad y una vulnerabilidad que lo hizo relatable para millones. Su legado no está definido solo por su habilidad en la cancha, sino por la inmensa carga que llevó sobre sus hombros y la forma en que, finalmente, cumplió la promesa más importante de todas.
Visite nuestra sección de Deportes.
Mantente informado en nuestros canales de WhatsApp, Telegram y YouTube.