La alimentación juega un papel fundamental en la calidad del sueño durante la noche. Lo que comemos a lo largo del día puede favorecer el descanso o, por el contrario, dificultarlo. Por ejemplo, una cena ligera y equilibrada ayuda al organismo a digerir sin sobrecargas, lo que facilita conciliar el sueño.
Alimentos ricos en triptófano, como el plátano, la leche o el pavo, favorecen la producción de serotonina y melatonina, hormonas clave para regular el ciclo de sueño. En cambio, comidas muy pesadas, grasas o picantes pueden generar molestias digestivas e insomnio.
Es importante moderar el consumo de cafeína, alcohol y azúcares, ya que estimulan el sistema nervioso y retrasan el descanso. Mantener horarios regulares de comida y optar por cenas tempranas contribuye a un mejor ritmo biológico. En definitiva, una dieta balanceada no solo cuida la salud general, sino que es aliada esencial de un sueño reparador y profundo.
Lo que nunca debes comer antes de dormir
En una reciente entrevista con con el portal msn.com, el cardiólogo y profesor de Medicina en el Monte Sinaí, el Dr. Alan Rozanski, señala específicamente qué alimentos deberíamos evitar durante la cena.
Según su experiencia, los alimentos ricos en carbohidratos refinados y azúcares, así como las proteínas altamente procesadas, pueden alterar el sueño e incluso aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
En particular, el Dr. Rozanski advertía contra las carnes procesadas, como salchichas, pepperoni, salami, embutidos, carne en conserva o incluso versiones comerciales de pollo y pavo muy procesadas, que muchas personas creen saludables.
Estos productos ultraprocesados suelen contener cantidades elevadas de sodio, nitratos, nitritos y otros aditivos utilizados para realzar el sabor o prolongar su conservación. La combinación de estos ingredientes no solo sería perjudicial para el corazón, sino que también puede perturbar el sueño.
Estos alimentos están asociados con un aumento de condiciones como hipertensión, obesidad, resistencia a la insulina, inflamación crónica y daño a los vasos sanguíneos, factores que elevan significativamente el riesgo de padecer enfermedades cardíacas.
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