La palabra Texas sigue resonando con fuerza en los corazones de cientos de familias tras las devastadoras inundaciones del 4 de julio, que dejaron al menos 136 muertos en la región de Hill Country, muchos de ellos en el condado de Kerr.
Mike Richards, un residente de 67 años cuya propiedad junto al río Guadalupe quedó arrasada, todavía espera ayuda oficial. En lugar de asistencia federal o estatal, solo encontró cadáveres —diez en total— entre los restos de su terreno. Uno de ellos, asegura, murió desangrado esperando ayuda.
A casi un mes de la tragedia, los escombros permanecen, la ayuda ha disminuido y los funcionarios guardan silencio. La respuesta del gobierno local ha sido duramente cuestionada, especialmente por la ausencia de sistemas de alerta que podrían haber evitado la pérdida masiva de vidas, según reseña un trabajo de The New York Times.
Las autoridades del condado de Kerr no han ofrecido respuestas claras ni justificaciones por no haber gestionado recursos para estos sistemas en años anteriores.
Culpas cruzadas y abandono oficial
La tensión estallará este jueves en Kerrville, donde los funcionarios del condado deberán rendir cuentas ante una comisión legislativa.
En una audiencia previa, el jefe de la División de Gestión de Emergencias de Texas, W. Nim Kidd, trasladó la responsabilidad a los gobiernos locales.
Por su parte, el gobernador Greg Abbott desestimó la búsqueda de culpables calificándola de “actitud de perdedores”.
Habitantes afectados
Mientras los altos cargos se reparten culpas, los habitantes de zonas como Center Point y Hunt sobreviven como pueden. Muchos viven ahora en casas rodantes o en sofás de familiares.
Carol y Woody Chambless, una pareja de 71 y 73 años, solo cuentan con un ventilador para enfrentar el calor, luego de que su hogar quedara destruido.
Desde la iglesia local, Abby Walston se niega a seguir el juego de acusaciones. Ha organizado entregas de pañales y leche para las madres jóvenes, mientras Graciela Reyes, una mujer de 70 años, no puede contener el llanto al recordar a los niños fallecidos en el Campamento Mystic.
“Mis nietos tienen esa edad”, dijo. “Me rompe el corazón”.
Texas, una vez más, intenta levantarse. Pero esta vez, lo hace sin las manos del Estado.
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